Transbordé en una de las estaciones para llegar hasta el centro de Shanghai donde se encuentra la Estación de Trenes. Al salir del subterráneo la ciudad estaba oscura, la lluvia no dejaba caer y cientos de chinos cruzaban la explanada frente al lugar. Las paredes de luz iluminaban perfectamente el lugar mientras las gotas en mis lentes me impedían ver con claridad. Caminando entre la gente escuché a lo lejos un hello. Era un estadounidense que también estaba un poco perdido entre toda la gente. Me preguntó que a dónde me dirigía y le contesté que deseaba tomar un tren a Beijing. Me comentó que viajaba con su novia y también tenían la intención de comprar un boleto pero a otro destino. Me apuntó el edificio a donde teníamos que ir para comprar boletos. Una vez que entramos comenzó la confusión. En las paredes había grandes anuncios con pequeñas luces que formaban los caracteres y los números, sin embargo, en ninguno se podía leer en inglés. Fácilmente había alrededor de 150 personas tratando de comprar boletos amontonados (no en filas) frente a los cajeros protegidos por el cristal. Se escuchaban gritos y regaños por todos lados. Encontramos en una esquina un mostrador donde se leía, ¨English Speaking¨. Nos acercamos y tratamos de comprar los boletos en medio de aquel caos. El ruido provocado por la gente, la lluvia y el excesivo volumen del parlante frente a mí hacía difícil la labor de comprar un simple papel.
Conseguí el papel con caracteres chinos y unos cuantos números,luego me despedí del güero. La lluvia se intensificó y corrí hasta la puerta de la estación para cumplir con los trámites de seguiridad. Entré en un gran lobby y fui recibido por dos inmensas máquinas de Rayos X. Mis maletas pasaron la revisión y las recogí al final de la banda. Subí por las largas escaleras eléctricas para llegar al segundo piso donde me estaba esperando un anuncio -con foquitos y similar al de la otra oficina- con un código indescifrable. Miraba el papelito y los focos tintineantes para ver quién me daba la respuesta de hacia dónde me tenía que dirigir. Finalmente encontré el tren y el andén. Llegué a mi camarote, era como un premio al caótico recibimiento que me dio Shanghai. Acomodé mis cosas, me quité los zapatos, acomodé la almohada y a dormir. 12hrs. después (7a.m) estaba en Beijing lidiando con un taxista.
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