Amaneció. Apenas dormí una hora y media cuando los pájaros en el patio comenzaron a cantar. Viajé con Deborah hacia el norte de Beijing por alrededor de dos horas y media hasta llegar al punto donde iniciaríamos nuestra caminata. Bajamos del camión junto con las demás personas del tour, caminamos hacia la base del cerro que conectaba con la Muralla por medio de una escalera de piedra. El zig-zag y la inclinada pendiente fue una probadita de lo que vendría más adelante. El sol caía como plomo, las delgadas nubes hacían que el paisaje se viera como envuelto en humo. El guía nos dijo (en chino), ¨tenen-cuatlo-holas-pala-caminal-son-tleinta-toles(torres)-ocho-kilómetlos-si-no-llegan-se-quedan." Fue ahí donde comenzaron a temblar las piernas y el corazón se agitó. Comenzamos a caminar. La segunda o tercer torre fue un reto, la altura nunca la supe, pero los escalones habían sido fabricados para que no los subieran ni los mongoles al invadir ni los turistas con pésima condición. Dejé parte de mi alma en ese lugar. La mochila pesaba muchísimo, me sentía como el Pípila en China. Al cruzar la torre Deborah me comentó que desde que comenzamos una mujer me siguió. Era una señora entre sus 40´s y 50´s que cargaba un gran bolso con refrescos, agua, camisas, souvenirs y sobre todo, el clásico y fabuloso abanico chino. No tengo Rayos X en los ojos pero después les diré cómo me enteré.
Con una agilidad impresionante la mujer subía y bajaba escalones, de vez en cuando me empujaba y me ofrecía agua. Por ahí de la torre 13 el calor se intensificó, me quité la mochila, la abrí y saqué el bote con agua. De pronto, la mujer sacó un gran abanico del bolso y comenzó a hecharme aire. Era como si el emperador estuviera recibiendo las atenciones de sus súbditos. Se lo agradecí -sin que entendiera- con el fin de que lo dejara de hacer, sin embargo, continuó. A medida que avanzábamos me ofrecía una playera, un llavero, agua e inclusive postales. Yo, por el otro lado, iba concentrado en cada paso que daba y contando cada torre que cruzaba. Al llegar a la torre 22 todo se iluminó y no fue precisamente por el sol. Era el punto del recorrido donde comenzaba el descenso y todo seria más fácil. Mis fotos comenzaron a mejorar, la sonrisa volvió a mi cara y mi amante se desapareció. Lamentablemente no le compré nada, otro gramo más en mi mochila y juro que la dejaba por ahí olvidada. Sin embargo, tengo una fotografía de ella. Deborah, por el otro lado, se preocupó por guardar un video de aquel bello momento.
p.D.1. Deborah: Donde quiera que estés, mándame el video. No la puedo olvidar...
p.D.2. Lector: La susodicha se encuentra en la primer fotografía del lado derecho (siempre tan sonriente)...
1 comentario:
subir con caña (la goma, resaca, no se como le dicen) la muralla china es una de las idioteces mas grandes que he leido Carlitos! jaja de todas maneras disfrute la historia. esa chinita estaba ahi por algo, si no te hubieses muerto desidratado en la torre 13. todo pasa por algo vez :)
un abrazo amigo!
Publicar un comentario