martes, 2 de junio de 2009

De chile, dulce y manteca: Donghuamen (Beijing)



Salí en la noche junto con Rui y Deborah a buscar un buen lugar para cenar y probar algo más de la extensa cocina asiática. Justo a la vuelta del hostal (ya que todo quedaba a ¨tiro de piedra¨) estaba la calle Donghuamen. Larga como la Muralla, comenzaba en uno de los costados de la Ciudad Prohibida y se perdía a lo lejos entre edificios y neones. Caminamos durante la noche no sin antes ser abordados por nuestro amigo del restaurante, ¨Where are you going?" (El tipo ya nos consideraba sus clientes pues en cada sentada nos tomábamos en promedio 10 cervezas de 1/2lt.). Contestamos entre señas y el inglés que caminaríamos hacia el centro para conocer. Seguimos nuestro camino fumando y platicando, finalmente llegamos a lo que parecía un mercado ambulante pero muy bien organizado.


Había alrededor de 30 puestos bien alumbrados, limpios y los más importante, con cantidades industriales de comida. Las parrillas y cacerolas se desbordaban con una gran variedad de comidas extravagentes. Había suficiente como para alimentar a los Guerreros de Terracota. Los peroles llenos de aceite no dejaban de murmurar cada vez que un cliente pedía un bocado. Había desde el básico ¨spring rol¨, pasando por las brochetas de pollo y cordero hasta pene de una gran variedad de animales. Las vívoras, alacranes y gusanos estaban perfectamente acomodados en palitos de madera listos para ser comidos. Rui y yo decidimos aventurarnos a comer algunos animalitos. Antes de hacerlo, recorrimos todo el mercado y decidimos jugar a ¨yo escojo, tú comes¨. Es divertido cuando vienes de un país en donde se comen todo tipo de carnes y uno que otro objeto desconocido. Comencé por comprar unas bolitas de harina rellenas de una salsa rara. Fue solamente para ir acostumbrando al paladar. Posteriormente compramos ostiones en su concha a la brasa rellenos con una salsa que obligaba a las lágrimas a salir. Estuvimos comiendo durante un rato y como platillo final Rui financió unos alacranes. Formaditos como soldaditos en una brocheta, los tomaron del plato, los sumergieron en aceite hirviendo, los ¨empanizaron¨ con sal y pa´dentro. El sabor era raro e indescriptible. Decidimos volver otro día ya que en punto de las 9:45 p.m. comenzaban a cerrar. Las luces se apagaban y el murmullo del aceite se perdía entre el bullicio y el ruido de los autos. Decidimos regresar al restaurante de nuestro amigo para rematar la noche. Pedimos 4 platillos, cervezas, cigarros y a comer.



Esa fue una de tantas noches.





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