lunes, 22 de diciembre de 2008

Hágase el Sabor: Djemaa-el-Fna, Marrakesh



Me hospedé en el Riad Assia ubicado a 5 minutos de la plaza principal, el lugar es atendido por una familia franco-marroquí desde hace más de 50 años. Ubicado en un pequeño y escondido callejón, el lugar resguarda del bullicio de la zona a todo viajero que se hospeda ahí. Durante las mañanas, a partir de las 8 a.m. se puede disfrutar de un sencillo pero delicioso desayuno en la azotea del edificio. Usualmente los dueños del riad suben temprano por la mañana para coordinar la logística del desayuno. Té de menta, de limón, café, mermeladas, mantequillas y panecillos dan los "buenos días" "a los comenzales que tienen ánimos de despertar temprano.

La noche anterior me registré y dejé mis cosas en la habitación, cargar 20kgs. de un lado a otro cansa. Cuando bajé, la persona que me atendió recomendó que fuera a la plaza ubicada cerca de ahí. Me dijo que ahí probaría lo típico de Marrakech, obvio, si mi estómago estaba dispuesto a tolerar los fuertes sabores de la pimienta, el currí, cúrcuma y otras especias. Me explicó cómo llegar y emprendí la retirada. Salí del riad y tomé el callejón a la derecha, iba a topar con una calle peatonal que en las noches es un río de gente. Ahí de nuevo a la derecha y al fondo iba a ver el humo de las parrillas iluminado sobre el fondo negro de la noche. Era ése el lugar del que un par de personas me platicaron y me obligaron a visitar: Djemaa-el-Fna.
Caminé por aproximadamente cinco minutos mientras que iba pensando qué probaría y cómo lo haría (Si algo me gusta hacer es comer. Creo que un viaje sin degustar la comida local no es viaje). Finalmente llegué al final de la calle peatonal, bastanba cruzar otra pequeña calle para llegar a los estantes de comida fuertemente iluminados y repletos de gente. Sinceramente no supe por dónde comenzar. Me detuve por un momento para pensar y ver cuál sería la estrategia culinaria. Cuando la definí, ataqué! Comencé por un pequeño puesto de dátiles, cacahuates y nueces que se encontraba en la periferia. Compré algunos gramos de nueces, almendras y cacahuates que fueron empaquetados en una bolsa. Pensé, "es temprano y por el momento no quiero cenar tan fuerte. Sin embargo, no es escusa para no comenzar a probar los sabores del desierto." Caminé por espacio de una hora tomando fotografías, comiendo lo que el azar quisiera al meter la mano a la bolsa y jugando con los aromas que se presentaban en mi nariz. Al entrar a los pasillos de los comedores todos quieren vender y todos te quieren sentar en sus negocios. Hablan español, francés (obviamente), inglés, alemán, italiano con el fin de convencerte y llenar una de sus sillas. Cuando creí que había triunfado y salido vencedor de aquella batalla un parrillero me abordó y dijo, "México, siéntate en mi mesa." Asombrado de haber adivinado mi nacionalidad y desarmado por completo, vencido me senté a saborear la comida que me cocinó. (Hay algo del sistema de comunicación marroquí que me sorprendió. No sólo en Marrakech, sino que también me sucedió en Fés. De eso después les platicaré). Lo primero que puso frente a mí fue un plato con una combinación de aceitunas y picante, otro que contenía una salsa fresca de tomate y especias y un gran pan recién horneado. Me recomendó probar unas brochetas de carne o las combinadas que contenían pollo. También me ofreció unos calamares fritos con una salsa de tomate y paprika. Simplemente, accedí. Comí y fui feliz.
Cuando finalmente creí que el reconocimiento del terreno culinario había terminado, pagué y el mismo parrillero dijo, "te recomiendo ir a probar el té de Marrakech, es muy bueno para la digestión." Mi cabeza decía, "Carlos, tienes que ir, serán nuevos sabores y olores a experimentar," eso mientras el estómago contestaba, " si me regalas un par de minutos, probablemente te pueda ayudar en la siguiente contienda." Caminé por aproximadamente 30 minutos visitando las tiendas y lugares alrededor de la plaza, cuando finalmente mi cabeza y estómago acordaron ataqué de nuevo.
El té está en contenedores de bronce y se mantiene caliente con una pequeña flama en la base. Al llegar y sin preguntar el dueño del carrito extiendó el brazo ofreciéndome un pequeño vaso de cristal que contenía aquel elixir casi hirviendo. Dejé que se enfriara un poco mientras que buscaba alguna referencia de lo que me iba a tomar. En un pequeño pizarrón, escrito a mano y poco legible leí lo siguiente: nuez moscada, gengibre, ginseng, menta, canela, lavanda, cardamomo y clavo entre otros. El sabor de aquel té era raro, picaba, sabía dulce y al final era ácido: todo en uno. Maestro en el arte culinario, aquel parrillero me supo recomendar cómo cerrar la noche con broche de oro. La plaza se fue quedando atrás a medida que avanzaba hacia el riad, había sido suficiente por esa noche. Sin embargo, aquellos sabores combinados y a veces por sí solos seguían jugando en mi boca. Fue así como tuve a Djemaa-el-Fna en el paladar.



















Ella es mi mamá, se llama Yolanda... (Parte I)


Jamás había escrito algo acerca de mi familia, sin embargo, siempre hay una primera vez. Esto de escribir y compartir con los demás algo que es personal siempre ayuda. Ella se llama Juana Yolanda Cantú Sánchez pero la conocemos por otros nombres (Mom, Madre, Yola etc). No le gusta Juana, dice que desentona con la hermosura del resto de su nombre. Nació mucho después del crack de la bolsa estadounidense en 1929 pero antes de que el hombre llegara a la luna en 1969. Durante su infancia -según cuenta- se crió con su abuela materna ya que mi abuela no estaba en casa durante gran parte del día. Vivían en una pequeña vecindad en la Calle América 914 Nte. en el Centro de Monterrey: ella, su hermana (Elva), mi abuela Camila y mi bisabuela. En su inicio la vida fue difícil, debido a la falta de apoyo de un padre, tuvo que trabajar desde joven para aportar a la economía básica de aquella pequeña casa. Mi abuela trabajaba y mi bisabuela planchaba ropa ajena.


En aquellos años -ella cuenta- las reglas eran duras, "Era raro verme jugar con mis amigas en la calle después de las siete de la noche." "Usualmente mi abuela se sentaba en los escalones de la entrada para vernos jugar a mi y a Elva, una vez que daba la hora nos llamaba para meternos a bañar y peinarnos el cabello." Gran parte de su infancia la disfrutó entre el cálido trato de su abuela y las estrictas e inflexibles reglas de mi abuela Camila. Basta mencionar que yo me crié con esta última y por eso soy como soy. Doña Camila quién la conocía por su carácter o Camilita, quien la conocía por casualidad, era un sargento en cuerpo de mujer. Ella era una viejecita de corta estatura, pelo blanco y una personalidad mucho más fuerte que la mía. Usualmente, durante las tardes después de dar la orden para irme a dormir, se sentaba a leer su biblia y darle dos o tres vueltas al rosario de madera que tenía. Una vez terminado el ritual, me llamaba para salir a jugar con mi vecino Gerardo. Se sentaba en una mecedora blanca de metal en el porche de la casa a vigilar que los niños no me hicieran nada o me quitaran los juguetes. Tan pronto veía un movimiento extraño saltaba de aquella mecedora con una juventud de 18 años y regañaba a quien fuera. A veces, cuando llovía o hacía mucho frío, ella autorizaba la entrada a Gerardo y a otros niños a la casa. No cualquiera podía entrar, tenías que "llenarle el ojo" a Doña Camila y ser de confianza para que pudieras entrar a mi casa. Creo que por eso mi mamá y yo somos como somos, algo tímidos.


Regresando a la cuestión de mi madre, ella dice que yo tengo más de lo Cantú que de lo De la Cruz. Que me parezco más a ella que a mi papá, en fin. Mi mamá, como lo dije líneas antes, ha trabajado y sigue trabajando. Creo que le hace honor al dicho, "Quien no trabaje envejece más pronto." Eso es algo que le he aprendido...






sábado, 13 de diciembre de 2008

Navegando por el Estrecho de Gibraltar







Situado entre España al norte y Marruecos al sur; entre el Atlántico y el Mediterráneo, el Estrecho de Gibraltar guarda en su profundidad restos de historia . Es ahí donde las fuertes corrientes del océano calman su fuerza para entrar con menor intensidad al Mediterráneo. A lo largo del tiempo, el Estrecho ha sido testigo de batallas, migración y conquistas. En el año 711 miles de moros avanzaron bajo las órdenes de Tariq-ibn-Ziyad para ocupar tierras ibéricas. Esto siguiendo la idea de expandir el Islam que inció aproximadamente 90 años antes (c. 622) bajo la visión de Mahomma. Posteriormente, el territorio y el control del paso fueron recuperados por el Duque de Medina Sidonia en el año 1462 dando fin a los 750 años de ocupación mora. En 1607 una flota holandesa atacó la Bahía de Gibraltar devastando por completo la flota naval española que ahí se encontraba. Intentos de recuperar el territorio por parte de la tropa franco-española fueron en vano y en 1713 se reconoció la soberanía de Gibraltar mediante el Tratado de Utrecht.
Los barcos salen diariamente desde Algeciras a Tánger o Cueta y el tiempo de viaje depende del precio del boleto. Dormí en el pequeño hostal La Plata para despertar en una mañana fría y nublada, el dueño de aquel lugar me guió para comprar mi boleto. Una vez hecho ésto me dirigí al puerto de embarque para tomar el Ferry Panamá de la Compañía Euroferrys. Una vez que la embarcación zarpó navegué a lo largo de la costa norte de Marruecos para llegar a Tánger. Poco a poco, La Roca o el Peñón de Gibraltar adornado por una corona de nubes se fue haciendo más y más pequeño. Ese día el clima mostró sus distintas facetas a lo largo las 3hrs. de camino. Cielo nublado y soleado con clima frío y cálido, por momentos el cielo dejaba caer una leve lluvia que se perdía con el fuerte viento.








El verdadero viaje estaba por comenzar siendo que para éste punto ya había recorrido más de 1,000 km. por cielo y tierra. Abrí mi guía para ver qué era lo que me esperaba: 16 horas de viaje en tren, 3 ciudades por conocer, 2 importantes medinas por visitar, 4 hostales donde dormir, muchas fotografía por hacer y cientos de aromas y sabores por degustar.
























Tren a Fés



(4:00 P.M.) Finalmente mi camarote quedó vacío. El día ha sido un poco pesado desde que inició hasta ahora, he estado viajando y en tránsito desde las 9am. Ayer por la noche dormí en el hostal La Plata en Algeciras, España y por la mañana desperté temprano para comprar el boleto del ferry. Me presenté alrededor de las 9:00am para documentarme en las oficinas del puerto, sin embargo, la española que me atendió dijo que barco saldría con un retraso de media hora, o sea a las 10:30am. Recomendó que fuera a tomarme un café hasta la hora de partir. (Hace un par de días estuve en Madrid con Gerardo y me dijo lo siguiente, “Si ves que un español que cruza la calle cuando hay un rojo (stop,alto), no vayas tras de él/ella , son más pendejos que tú y yo juntos." De pronto, mientras tomaba el café y faltando 10 minutos a las 10am, decidí ir a la sala a hechar un vistazo. Para mi sorpresa, el lugar estaba vacío y la única que quedaba era la chica que me atendió. Me acerqué a ella para verificar si hubo algún cambio de último minuto y dijo, “ya puede ir, corra que el barco está por salir, disculpe que leí mal la hora." Duden de un español cuando de información se trate.

El barco que cruza diariamente el Estrecho de Gibraltar salió finalmente para llegar a Tánger, Marruecos a las 2:00pm (1:00pm hora local). Al bajar del barco me vi inundado por un mar de gente que venía en otras embarcaciones. Chinos, japoneses, españoles (eran muchos, la historia se repetía, parecía que iban a invadir), estadounidenses y uno que otro francés. Caminé hacia la salida del puerto para buscar un taxi y dirigirme hacia la estación de trenes. Finalmente encontré un petit taxi o como diríamos en México: un taxi chiquito. Afortunadamente cupe con mis dos maletas, cuando salí, el sol volvió a entrar. En el camino iba negociando con el taxista la tarifa y finalmente acordamos que serían 2.5 euros. Triunfante salí del automóvil y justo frente a la estación del tren había una especie de manifestación. Justo lo que me faltaba, bueno, eso fue lo que pensé después de ver guardias armados, gente de seguridad del inmueble, marroquíes con miles de maletas y sobre todo gente desesperada. Había barricadas a la entrada y mi mayor desesperación fue no saber realmente lo que pasaba (eso por simples cuestiones del lenguaje). Dentro de la estación todo parecía inmóvil, como si no hubiera ni un alma y mucho menos servicio. Pensé que tendría que modificar mi itinerario e ir en autobús hasta Fés. En uno de los costados había un banco y decidí aventurarme a preguntar si sabían qué pasaba afuera. Cuando entré, comencé a hablar en inglés y en español pero nadie me entendió (el poco francés que sé tampoco me pudo ayudar mucho). Mi teoría de la revuelta seguía en pie.

Finalmente me di cuenta que el banco y la estación se conectaba por un pasillo. Entré a la enorme sala y me dirigí a comprar el boleto para salir hacia Fés. Una vez que hice la compra, me senté en una banca y saqué mi guía de Marruecos para saber hacia dónde me dirigía. Dos asientos hacia mi derecha había una chica marroquí que trabajaba en Sevilla, se llamaba Laila. Me preguntó de dónde era y qué hacía en Marruecos. Fue ahí donde comenzamos la conversación. Hablamos del viaje, del Islam, del Cristianismo, de qué quiere hacer ella y qué quiero hacer yo. A las 4pm abordamos el tren y encontramos un camarote con suficiente espacio. Poco al poco el camarote se llenó hasta su máxima capacidad: 8 personas. Hace mucho que no encontraba una puntualidad como la marroquí, te dicen a tal hora y salen una hora después (puede ser por el desfase de horarios). Poco a poco el camarote se fue vaciando hasta que quedé solo. Estoy en la estación de Meknés (8:20pm) y justo cuando pensé que terminaría mi viaje sin compañía subió una chica. Veré de qué platico.

El Güi Phi...


(6:00PM) Recogí mis valijas (o como dice mi madre: las petacas) a mi llegada al Aeropuerto Internacional de Barajas. Lentamente fueron desfilando una tras otra por la correa hasta llegar a mis manos. Para no cargar, tomé un pequeño carrito de esos que usualmente hay en estos puertos de llegada. Me enfilé hacia la aduana para cumplir con los trámites y requisitos que usualmente trae el viajar de un país a otro. Afuera, en la sala anexa, había un mar de gente esperando. Pude ver besos, abrazos, lágrimas, risas, regaños pero jamás vi a Gerardo. Poco a poco la sala se fue vaciando hasta que se quedó un policía, mis maletas y yo. Me extrañó que nadie fuera a mi auxilio siendo que había viajado 9 horas y no pensaba andar paseando las maletas por toda Madrid.


(6:30PM) La ayuda jamás llegó, me dirigí a un punto de información. En una mampara se leía "Información Aeroportuaria" y debajo en letras grandes, blancas y felices, "Pregunte, estamos para servirle". Pedí un mapa de la ciudad, otro de la intrincada red de metro e hice caso al anuncio, pregunté. Le dije al dependiente, "Conoce usted un lugar donde pueda encontrar internet inalámbrico?" a lo contestó con una negativa. Sin embargo, me hizo caminar hacia el fondo del aeropuerto y agregó, "busque el módulo de servicio color azul, probablemente ahí le pueden ayudar".

(6:45PM) Encontré el módulo mas no la información. Cuando nuevamente pregunté, la señorita que atendía dijo: “por el momento no tenemos ése servicio” y tratando de evadir otra pregunta agregó (en tono sofisticado), “solamente tenemos Güi Phi”. Y pensé, “Carlos, estás en Europa, get it? El sofisticado sistema español no es compatible con tu computadora. Está más allá de tu alcance tecnológico y conocimiento digital."Después de ver los teléfonos vanguardistas con pantalla digital en la pared, reafirmé lo que pensé.

(Todo lo anterior comenzó por no haber apuntado el teléfono ni la dirección de Gerardo en Madrid. Como alguna vez me dijo, “A ver Sr. Trotamundos, la dirección es tal…a ver si es cierto que llegas”. Si quería contactarlo la información estaba en un correo electrónico olvidado por ahí. El último intercambio de mensajes que tuve con él fue un día antes del viaje, la idea de que iría al aeropuerto para ayudarme con la maleta me quedó un poco vaga. Así es que si conseguía su teléfono, que estaba en un correo, lo podía contactar para decirle que yo llegaba a su casa.)

Para ver si era posible captar una señal, encendí la computadora y comencé a caminar por la sala. Mi rondín coincidió con el de un policía al que le pregunté lo mismo que a los demás y contestó, “el servicio que usted busca no está disponible, aquí tenemos Güi Phi”. Volví al comienzo. Me recomendó caminar ir de nuevo al módulo azul, al que ya conocía y en donde no me habían ayudado. Afortunadamente había otra señorita, creí que aún había oportunidad de de me ayudaran. Cuando llegué pregunté y me contestó, “el sistema español es muy sofisticado, la clave de acceso es el número de su tarjeta no hay más. Y aquí en el aeropuerto no tenemos mas que Güi Phi."

Estaba por hacer una llamada de larga distancia para obtener la información cuando apareció Gerardo detrás de un muro. Después de todo el protocolo de saludos y abrazos caminamos hacia la estación del metro. Le comenté de la situación y me dijo, “Güi Phi?” y se hechó a reir.

Nota: El Güi Phi (internet inalámbrico) es para los españoles lo que el Wi-Fi es para el resto de nosotros los mortales.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Esto, lo otro y aquello...

Finalmente llegué a Madrid, iba cargado como si jamás fuera a regresar. Llevaba mis dos mochilas y una tercera. Esta última contenía "18 kgs. de amor" que la familia de Gerardo le enviaba desde Monterrey para que no se olvidara. La maleta era interesante, jamás había cargado algo semejante (en orden de importancia): 2 lts. de Tequila (como siempre, amenizaron la noche y la plática), 2 kgs. de tortillas de harina, 1 kg. de carne seca, unos panecillos de ojaldre estilo Baklava (pequeños pedacitos de cielo), 10 latas de chile chipotle (oro enlatado en Europa), un par de latas de chile jalapeño, dulces de leche y los más importante: una carta. Una hoja de papel con letras, que por más simple que sea, acorta distancias y hace recordar.

Cargamos (por que él también ayudó) la famosa y preciada maleta por todo el sistema de metro madrileño. Era como llevar una bolsa de dinero escoltada para que llegara a su destino sana y salva. Subidas y bajadas, vagones y elevadores nos llevaron finalmente al departamento. Ahí se abrió la Caja de Pandora, o mejor dicho, la Bolsa de Pandora. De su interior comenzaron a salir pedazos de México. De pronto la cocina madrileña se convirtió en una cocina como la tuya o la mía, mexicana. El nivel del tequila comenzó a bajar dentro de la botella. Después, el de un Jerez de marca Williams & Humbert. La madrugada y los recuerdos nos alcanzaron sentados en la pequeña cocina. Hablamos de esto, lo otro y aquello...

jueves, 27 de noviembre de 2008

Trochas de Centroamérica

El significado de la palabra trocha es: “… la distancia entre las caras internas de los rieles, medido 15 milímetros por debajo del plano de rodadura en alineación recta”. Sin embargo, para los panameños es el camino recorrido entre el punto A y B; entre Panama City y Colón; entre Nalunega y Cartí. Una de esas trochas me internó en uno de los lugares más espectaculares e inimaginables de América Central: la Reserva Kuna Yala.


Ubicada en la costa noreste del país, la Reserva cuenta con un área de 3206 kms
[2], un litoral de 373 Km. y un archipiélago con más de 300 islas. Por más de 100 años ha sido hogar de una de las etnias más importantes de Panamá. Los indios Kuna son guardianes de una de las culturas más ricas y representativas del istmo. De igual manera, son los herederos de una tierra cobijada por la naturaleza con vastas y espesas selvas, adornada por una larga y accidentada cordillera y un gran golfo de agua azul turquesa.


“Os mando que tomando personas expertas veáis qué forma habría de darse para abrir dicha tierra y juntar ambos mares.” (Orden de Carlos V al Gobernador Barrionuevo en 1553). Finalmente, 361 años después el mandato se cristalizó. El Tren del Canal sale diariamente de Panama City a Colón a las siete quince en punto, ni un minuto más ni un minuto menos. Cruza el Río Chagres y el imponente Lago Gatún. Antes que el sol despunte, la gente aguarda ansiosa fuera de la estación con el fin de abordar el primer vagón disponible. El silencio de la mañana se rompe con el silbato de la locomotora anunciando la salida hacia el puerto situado en el Atlántico. Lenta y silenciosamente, la pesada máquina deja atrás edificios, casas, y bodegas para adentrarse en la fresca y tupida selva. A lo largo del trayecto, el concreto y el asfalto se transformarán en largas y verdes paredes de selva tropical. Grandes y extensos espejos de agua hacen que por momentos pierda la percepción del horizonte.


Una hora después, el concreto invade de nuevo la selva indicando la llegada al puerto de Colón. Viajando hacia el este por la costa norte de Panamá, el tiempo se irá deteniendo poco a poco conforme vaya avanzando. El ritmo de vida, distinto al de la ciudad, se rige por el sol y la marea. Los poblados a la orilla de la costa fueron atrapados por el verdor del paisaje, de igual manera, la sinuosa carretera parece perderse en un angosto horizonte de grandes árboles. La gente, casi inmóvil, cobra vida al paso del camión. Azul y verde, agua y arena, subidas y bajadas, rectas y curvas serán una constante a lo largo del camino.


Después de 5 horas de camino llegué al pueblo pesquero de Miramar. Este es el último punto al que se puede acceder tomando un “bus” desde Colón. Al llegar la gente se extrañó de ver a un turista tomar tal ruta para ir a las islas. Esto es porque no existe agencia de viajes que coordine la travesía desde ese pequeño puerto hasta la Reserva. “Aquí hay que esperar uno o dos días -dijo Don Pedro- para que los indios vengan a surtir víveres y llevarlos a las islas. Te puedes arreglar con ellos para que te lleven, vas a tardar como 5 o 6 horas. Vienen en barcas hechas por ellos, navegan a la antigua, con el viento”.
De un momento a otro, el cielo se cerró y comenzó a llover. Busqué la forma de resguardarme en uno de los muelles donde había pescadores trabajando. Estaban ahí, bajo el aguacero, cargando una pequeña embarcación con guineos (plátanos). Los delgados alfileres de agua que pegaban sobre la piel hicieron que renunciaran temporalmente a su tarea. Me ofrecieron un pequeño techo improvisado donde descansaron mientras la lluvia pasaba. Entre la plática y el murmullo del agua me comentaron que esa tarde saldrían a la Reserva para llevar el cargamento. Esperando la invitación que nunca llegó, les pregunté si era posible que me llevaran. Una vez que escampó, cargamos las mochilas y la nave zarpó.


Playa Chiquita está situada en un pequeño golfo entre Miramar y las islas, tuvimos que detenernos ahí debido a una falla en el motor. Cuando llegamos, la tormenta quedó atrás y el sol de la tarde se dejó ver entre algunas pesadas nubes. Los rayos caían sobre el agua como columnas que detenían el cielo. El mar recobró su tranquilidad y el ritmo de las olas volvió a tener compás. Las casas a la orilla son coloridas, pequeñas y reconfortantes. Tuvimos que pasar la noche ahí hasta que arreglaron el desperfecto. Cuando la noche cayó, el silencio invadió la playa, solo se escuchaba el oleaje del mar.


Salimos de madrugada, teníamos que llegar temprano a El Porvenir para registrar nuestra entrada a la Reserva. El clima era helado y una alfombra de estrellas cubría el cielo. A lo lejos, en el horizonte se observaba una gran cortina de luz intermitente. A medida que avanzó el tiempo, la luz le ganó a la oscuridad. Las estrellas se perdieron con la tenue luz del sol y las nubes surgieron del cielo azul profundo cambiando de color con el paso de los minutos. Un piso de luz tornasol comenzó a cubrir el agua, y poco a poco, el astro salió del mar para aliviar la noche y el frío también. La claridad del día me permitió ver a lo lejos, pintadas sobre fondo amarillo y luminoso, lo que parecía ser las islas. Debido al desvelo me quedé dormido por unos minutos. La fresca brisa de la mañana y los aún débiles rayos del sol me cobijaron durante un momento. Cuando desperté, pequeñas embarcaciones rústicas hechas de madera con una pequeña vela blanca y triangular estaban ancladas a la entrada del golfo. “Ya llegamos” - dijo Lucho - con un aire de tranquilidad y necesidad después de haber sostenido el acelerador de la lancha por más de 3 horas.



Finalmente, después de recorrer algunos kilómetros por tierra y otros por mar llegué a El Porvenir. El primer pie en el muelle alivió el leve mareo provocado por la sacudida de las olas. Había llegado a la capital de la comarca y a la frontera marítima entre Panamá y la Reserva. Rodeada por un mar cristalino azul turquesa y arena blanca, la isla mantiene control sobre cualquier tipo de embarcación y tripulación que se aventure en aguas Kuna. El sol ya se sentía en el cuerpo y fue necesario buscar una sombra para seguir admirando el paisaje. A lo lejos, sobre la costa, la cordillera parecía una gran pared que resguardaba al golfo. Dentro de él estaban regadas al azar las islas Nalunega, Wichupala, Orosdup, Gorbiski, Urgandi, Nusadup, Ailidup y Cartí. De pronto me perdí en el horizonte. “A qué isla va, –me gritó un Kuna desde su rústica balsa- yo lo llevo”. Le respondí que no sabía. “Suba –como asegurándome de que no me iba a arrepentir- que lo llevaré”. Tuve que olvidar el cobijo de la sombra, tomé mi backpack y me embarqué. Arquímedes encendió el motor. Fue ahí donde el verdadero viaje comenzó.