sábado, 28 de febrero de 2009

Después, el aire cambió...

"Vamos Sr. de la Croix, se va a poner bueno! Rentamos un coche, vamos al concierto de Roger Waters en Dallas y después nos vamos de rol". Esas fueron las palabras con las que me convenció el Sr. Luis "Atash" Gómez-Moncada para acompañarlo el fin de semana a ver al exintegrante de Pink Floyd. Después de hacer los ajustes correspondientes y reestructurar las finanzas personales nos lanzamos a la aventura. Tomamos el vuelo a Dallas temprano por la mañana ya que el concierto comenzaría alrededor de las 7 p.m. en el Smirnoff Centre. Rentamos el auto, dejamos nuestras cosas en el hotel y nos dirigimos al lugar del concierto. Llegamos y el estacionamiento estaba solo , pensamos que nos habíamos equivocado de lugar. Afortunadamente Luis había llevado provisiones mientras el concierto comenzaba. Abrimos la cajuela del coche donde llevábamos hielo, agua mineral y una botella de 1lt. de "Juanito el Caminante" (Johnnie Walker). Durante el siguiente par de horas otros comenzaron a hacer lo que nosotros. Llegaban en sus autos, camionetas y jeeps dispuestos prepararse para el concierto.



Entramos. Aún era de día y el calor poco a poco era desplazado por la leve brisa que anunciaba la llegada de la noche. Buscamos entre el pasto un espacio libre para sentarnos y disfrutar del concierto, antes, compramos unos litros de cerveza para serguir con el ritual. De fondo se escuchaba el bullicio de la gente mezclado con algunos tracks de los discos más famosos de Pink Floyd. Hasta ese punto todo estaba tranquilo, era como estar en una playa sobre una alfombra verde, sillas plegables por todos lados al igual que las toallas para no ensuciarse las
sentaderas. Los litros de cerveza defilaban para calmar la sed de los asistentes así como los exhuberantes hot-dogs que venden en EE.UU. No faltó uno que otro descuidado que se fue de compras y olvidó el lugar donde estaba sentado. Afortunadamente fue salvado por un brazo largo que sobresalía entre el mar de gente. El sol se comenzó a perder en el horizonte y todo se encendió. Desde el impresionante escenario hasta los cigarros en las manos y bocas de la gente. Se nos acercó un colombiano, "me llamo Henry -dijo- estos viejitos van a empezar con el desorden, igual y lo comparten. Y vos, de dónde eres?" Después, el aire cambió...

viernes, 20 de febrero de 2009

La Alhambra, Granada (España)



La mañana amaneció helada, nublada y lloviendo en Madrid, no se parecía al día anterior que salimos a recorrer la ciudad a pie con el cielo azul y un sol reconfortante. Tomé mis mochilas y me dirigí al aeropuerto de Barajas, tuve la intención de tomar el primer vuelo de Iberia a Granada, sin embargo, había sido cancelado y estuve 4 horas esperando la salida del siguiente avión. Finalmente me confirmaron el espacio y el vuelo tomó no más de 50 minutos en llegar a mi destino. La ciudad de Granada, situada al sur de España y reconocida históricamente por su rol en la conquista mora, fue el segundo punto dentro de mi itinerario. Al llegar, un autobús me transportó desde la terminal hasta la puerta de la Catedral . Al bajar un fuerte viento helado me golpeó la cara y la lluvia me obligó a quitarme los lentes. El mapa que me dieron en el puesto de turismo se humedeció por completo y lo tuve que deshechar. La guía recomendaba un par de lugares bajo el supuesto de Budget, sin embargo, para el tipo de cambio que yo llevaba el precio era casi un lujo. Caminé por alrededor de 30 minutos buscando la mejor opción para mi bolsillo. Afortunadamente encontré una pensión que por 14 euros la noche me ofrecía cama limpia y agua caliente. Además, estaba situada justo en el centro de la ciudad a 10 o 15 minutos caminando de los principales lugares turísticos. Dormí.


Al siguiente día bajé a la recepción para pedir información de cómo podía llegar a La Alhambra. Quien me atendió dijo, "sube usted por tal calle, da vuelta a la derecha en tal y ahí verá el parabús". Por otros 3 euros el pequeño transporte subió desde el centro hasta la colina donde se encuentra el palacio. La fila era larga y llegué un par de horas antes de que cerraran el lugar. Me formé, al llegar a la ventanilla pregunté el costo de la entrada y escuché, "dos euros". Deslicé la cantidad por debajo del vidrio grueso y pensé mientras miraba un folleto, "me parece excelente el precio por la entrada, probablemente el gobierno de España financia gran parte de la manutención del lugar para que gente como yo disfruten del paseo. Venir hasta acá y visitar el majestuoso...". "Toc-toc", se escuchó en el cristal, "amigo, que le faltan 10 euros para completar el boleto". Sí, escuché mal, probablemente fue la altura y los nervios, eran DOCE euros. Fue ahí cuando recordé la célebre frase, "el que convierte, no se divierte". Pasé el resto del dinero y me dieron mi boleto.


Caminé por alrededor de diez minutos entre jardines y pequeños edificios, calzadas que me escoltaban con altos p
inos hasta llegar a la entrada del palacio. Ahí, de nuevo encontré otra fila, la espera valió la pena. Al entrar al primer cuarto, las burdas vigas de madera tallada resaltaban entre las paredes. Los techos cuidadosamente tallados parecía que albergaban el universo del detalle que los distinguía. Debido a mi corto presupuesto, no tuve otra opción que seguir al guía que había pagado una familia de argentinos. A medidaq ue uno viaja encuentra la forma de ahorrar unos cuantos centavitos. Llegué al final del recorrido, llegué a El Cubo. Ubicado en una ladera del gran complejo, servía como torre vigía con una vista de 180 grados de Granada. El intenso frío y la leve llovizna me hicieron renunciar al recorrido, tomé unas fotos y partí.



El Mercado, San Cristobal de las Casas, Chis.


"Pásele marchante, qué va a llevar?", gritó una señora, "Güero, pásele por acá -gritó otra- rambután, frambueza y fresa, llévele la medida que quiera". Esa fue la bienvenida al mercado municipal de San Cris en Chiapas. Hacía frío, llovía y los pequeños anafres cerca de los pasillos apenas calentaban las garnachas. El agua se filtraba por los techos de lámina y las lonas mal puestas. Caminando por ahí, me encontré un par de frutas que jamás había visto. En una pequeña tina de plástico (medida) estaban pequeñas bolas rojas que tenían como pelos. Tomé una para ver qué era y del fondo del puesto salió la dueña, "Pásele marchante, cuánto le damos". Le dije que no sabía lo que tenía en las manos a lo que contestó, "es rambután, es dulce pero tiene la acidez de una uva, pruébela". Me explicó cómo pelar la extraña fruta de cáscara gruesa. En efecto sabía dulce, ácida y en medio tenía un gran hueso. Obvio que también probé un par de frambuezas frescas y un durazno. Compré 10 pesos de rambutanes y emprendí la retirada.


Llegué a la sección de flores, esto cuando pasé la extensa sección de especias. Grandes bultos de canela, pimienta, orégano y anís perfumaban el pasillo. Las flores eran miles y estaban acomodadas en tinas con agua. La gama de colores era indescriptible así como el aroma a bosque que se usualmente se percibe. "Pa' la novia, pa' la mamá, pa' la abuela, llévele una florecita". Otros decían, "si se enojó, conténtela con una flor". Después de haber paseado un rato por el mercado llegó el hambre. Pregunté en un puesto dónde podía encontrar la sección de comidas. Me indicaron que a un lado de la sección de carnes que está pasando la de ropa. Me dejaron igual. Seguí caminando hasta que finalmente di con los comedores. Comidas corridas, carnes, antojitos, comida típica y guisados hicieron difícil la selección. Finalmente escuché que en un comedor gritaban, "pásele, mole casero recién hecho". La señora que atendía rápidamente avivó las brasas y comenzó a preparar el comal. Hizo la masa para unas tortillas de maíz azul y puso a calentar el mole. Sirvió un buen plato de mole con arroz y un vaso con agua de horchata. Satisfecho, pedí una taza de café. "Qué se le puede pedir a la vida mas que otro día como ese".


Creí que la travesía culinaria y olfativa había terminado, regresé por donde llegué. Ya era tarde, las nubes se habían cargado tanto que la obscuridad hinundó el lugar. Pequeños focos comenzaron a aparecer aquí y allá. Caminé tratando de recordar los lugares por los que pasé, sin embargo, fue imposible. La mayoría de los puestos habían cerrado y lo único que se veía eran grandes lonas que cubrían la mercancía. La lluvia comenzó a caer como plomo sobre los techos de lámina, no tuve más opción que resguardarme en un local. Afortunadamente, vendían arroz con leche caliente y pan. Me senté a probar.

La Transición del Color... (Parte II, del Pequeño Mariachi)


Pasaron los años y pasé de la guitarra amarilla a la guitarra roja. Esto fue cuando convencí a mis padres, casi 5 años después y en un viaje a Houston, de gastar casi 18 mil pesos en una guitarra y un amplificador. En aquel entonces, yo no sabía que la cuestión metafísica y mental de la vizualización (* ver nota en el siguiente párrafo) me serviría. Les cuento el lento proceso. Resulta que después de haberme torturado los dedos con la guitarra parachera, requerí a los 6 meses un upgrade. Un día mi madre me llevó a Sears para que sirviera de su acompañante prometiéndome que me compraría una nieve. No supo lo que hizo ! Vagando por los pasillos de la tienda, entre los electrodomésticos, televisiones y sartenes, vi a lo lejos una guitarra - similar a la de Paracho - pero japonesa. Era, ahora sí, una Yamaha CG-100 que sonaba como si estuviera hecha para mí. El acabado era finísimo y la laca sobre la madera brillaba como si fuera de concierto. En el pasillo contiguo, como si hubiera olido mi interés, un dependiente de la tienda me abordó y preguntó, "joven, lo puedo ayudar en algo?". Le contesé que sí. Bajó la guitarra, me prestó un banquito y me senté en medio del pasillo. No tardaron los dedos en comenzar a tocar un esplendoroso concierto compuesto solamente por el círculo de Do. De pronto, frente a mí, apareció mi mamá. "Qué estás haciendo?", dijo, " vamos que se hace tarde". Después de haber planeado el ataque junto con el dependiente, salí con una caja y dentro de ella iba una guitarra.


El viaje lo hicimos en 1998, una vez que la Yamaha se cansó, pedí el cambio de guitarra. Ahora sí, nada de Paracho, nada de Japón. Busqué entre todas las marcas y colores de guitarras hasta que encontré la Parker Fly. Cierto día, acostado en la cama y viendo la televisión, National Geographic transmitió el documental de una de las marcas más finas y vanguardistas de guitarras eléctricas: Fly Guitars. Como no tenía internet, la única forma de conseguir información era mediante las revista de Guitar Player o similares, salí en camión hacia el Sanborn's para adquirir cuanta revista hubiera. Finalmente, en una de ellas encontré un artículo y la compré. En la portada había una guitarra color Transparent Cherry. Regresé a la casa y corté la portada, la pegué en mi libreta de química y la plastifiqué con contact. (*) Todas las mañanas, pues los neutrinos y neutrones eran la primer clase, veía y veía la guitarra. Pasó el tiempo.


Salimos de vacaciones en familia -cuando la familia era funcional- a visitar a una tía en Houston. Durante todo el camino le conté a mi papá acerca de la guitarra. "Hace esto, se escuchá así, con esa guitarra puedo tocar jazz y con la de Paracho no, con esa puedo tocar rock y con la de Paracho no, etc ". Creo que cuando íbamos por Sabinas ya iba harto. Finalmente llegamos a nuestro destino y yo ya llevaba las direcciones de las tres principales tiendas de intrumentos en la ciudad: Guitar Center, Hermes Music y MusicWorld. Al siguiente día fuimos a las tres tiendas pero no encontramos la guitarra, cansado de caminar y triste por la batalla perdida, paramos en una pequeña plaza comercial a comprar unos refrescos. Noté que había una tienda de música, sin embargo, no le dí importancia. Mi hermana decidió visitar una de las tiendas de ropa que ahí había. Yo, decidí resguardarme del calor en la tienda de intrumentos. Cuando entré, la vista tardó en acostumbrarse a la oscuridad de la tienda y el clima fresco me tranquilizó por un momento. Al final del cuarto, sobre un pequeño atril estaba la guitarra. Era la Parker Fly que estaba en la portada de mi cuaderno.


"THE ALL is MIND; The Universe is Mental." -- The Kybalion.

martes, 17 de febrero de 2009

El Pequeño Mariachi de la Guitarra Amarilla (Parte I)


Era el verano de 1993 y recuerdo que antes de salir a vacaciones del periodo escolar mi mamá me advirtió tajantemente, "ni creas que cuando salgas de la escuela vas a estar todo el día tirado viendo televisión, comiendo y durmiendo". Poco a poco, los planes que había hecho conmigo mismo y con mis amigos de la secundaria fueron oscurecidos por el sermón del alto mando. Como aún no había una actividad definida, me dispuse a buscar algo para entretenerme y que no fuera por designio de ella sino mío. No quería repetir la actividad que por equivocación escogí un año anterior. Fui enviado a tomar clases de pintura y dibujo. Para mi mala suerte, la maestra vivía a 10 minutos de mi casa, por lo tanto, mi mamá no se preocupaba por llevarme. Todas las mañanas, me despertaba muy temprano, me bañaba, comía algo ligero, tomaba mis utensilios y caminaba calle arriba a mi clase de pintura. Obvio que esto se escucha muy bonito, sin embargo, hay que sumar que la calle tenía una pendiente un poco pronuciada y que el sol en el verano deja caer - sobre la espalda de los escuincles que van a clase de pintura - una laja caliente que pesa toneladas . Llegaba sudado, de mal genio y falto de pulso firme para poder hacer buenos trazos.

No recuerdo de dónde vino la idea pero afortunadamente llegó. Le dije a mi mamá, "quiero clases de guitarra eléctrica". Sorprendida por la desición y después de planear un discurso - esto en cuestión de segundos - me dijo, "mira, primero tienes que dominar la guitarra acústica y luego vemos la eléctrica. Probablemente la segunda es más difícil y un poquito más cara que la primera". Definitivamente, en esta ocasión la electricidad no ayudó. Fuimos a Soriana y en la sección de discos ya me estaba esperando, era una guitarra fina y mexicana de Paracho, Michigan ( o sea, Michoacán). Era amarilla, gorda y grande para mis manos, sentí que iba encaminado a mi carrera como mariachi. En total desacuerdo, regresamos a mi casa ya que las clases comenzarían al siguiente día.

Bájate aquí, ya llegamos...

Desperté. La guitarra me veía desde la bolsa en la que la habían guardado en la tienda. Me rehusé a verla y mucho menos a tocarla. Estaba ahí como diciendo, "ya me comprates, ora me tocas". Enfadado me paré de la cama y me dirigí al baño, cuando crucé el umbral de la puerta pareció como si fuera del cielo al infierno. Si recuerdan era verano, el calor sofocante del exterior se filtraba por la pequeña ventana del baño convirtiéndolo en un sauna personal. Imaginé la travesía desde mi casa hasta la casa del maestro de guitarra, que para colmo, vivía (o vive, si el destino no le ha cobrado) a "tiro de piedra" de mi casa. Cargado con la guitarra amarilla al hombro y buscando delgadas sombras formadas por los techos, me vi llegando sudado, de mal genio y exhausto a mi clase. "A ver", dijo el maestro, "el Minuet de Bach que practicaste". Le solté un guitarrazo y me fui corriendo.

Afortunadamente eso no sucedió. Mi mamá se apiadó de mí y como toda buena madre, me evitó el calor, el sudor y los pasos a la clase. Subimos al carro los tres: mi mamá, la guitarra cubierta por una toalla blanca y yo. Se detuvo frente a una casa rosa con reja blanca, un gran árbol al frente y un letrero mal pintado a mano donde se leía, "Clases de Guitarra". "Bájate aquí, ya llegamos". Comencé a temblar.

viernes, 6 de febrero de 2009

No sé qué escribir...


(6:46 p.m.) Estoy bloqueado. Después de haber planeado la tarde para tomar café, leer y escribir hasta ahora solamente se han cumplido las primeras dos acciones. Sin embargo, las ideas comienzan a fluir lentamente después de haberle dado la vuelta a varios temas. Me gusta escribir rodeado por el aroma del café y el leve pero constante bullicio de una cafetería. Creo que hay más distracciones en mi casa que en un lugar público. Estoy leyendo un libro que estuve esperando desde el año pasado, se llama El Viaje del Elefante por José Saramago. Durante gran parte del 2008 el famoso escritor portugués y ganador del Nobel de Literatura en 1998 estuvo internado debido a problemas de salud. Finalmente, su obra salió a la venta en México el primero de febrero y ya la tengo entre mis libros por leer. El autor narra la historia verdadera del gran regalo que hizo Juan III (Rey de Portugal) al Archiduque Maximiliano de Austria: el elefante Salomón. Investigué la parte histórica del hecho y en efecto el elefante tuvo que caminar desde un poblado cerca de Lisboa hasta Barcelona. De ahí fue embarcado a Génova para posteriormente tomar la ruta al norte pasando por Trento y finalmente Viena. El libro tiene una lectura fluída y digerible a diferencia de otras obras escritas por el autor.
Desde hace aproximadamente un año y medio he seguido de cerca el trabajo de Saramago, si mal no recuerdo, el primer libro que leí fue La Caverna. Posteriomente vinieron Todos los Nombres, El Hombre Duplicado, Ensayo sobre la Lucidez, Ensayo sobre la Ceguera, Historia del Cerco de Lisboa, Intermitencias de la Muerte, Cuento de la Isla Desconocida y El Evangelio según Jesucristo. Hay un tema redundante en los textos de Saramago que me parece interesante explorar: los límites del ser humano. Me declaro fanático y admirador del autor, así como de su postura ante el poder desmedido de la iglesia católica y su discurso milenario. Encontré el siguiente fragmento de una entrevista que me gustó y me pareció justo compartir:
Eduardo Lorenço habla de Saramago como "la mano izquierda de Dios". Es ateo, pero crece empapado de cultura cristiana. ¿Para el erotismo, para el amor, ha tenido que luchar mucho contra el pecado? No. Cuando escribí El Evangelio según Jesucristo, que tuvo las consecuencias que sabemos, en el discurso de agradecimiento al jurado le puse un título que era El derecho al pecado. Uno de los grandes inventos de la Iglesia católica ha sido inventar el pecado, y después de inventar el pecado, inventar un instrumento de control de la gente. ¿Quién ha decidido lo que es pecado y lo que no lo es? Gran parte de la historia es un absurdo. Y la historia oficial, en la que la Iglesia ha tenido tanto que ver, es una sucesión de disparates.




martes, 3 de febrero de 2009

Raclette Night...



Comenzó la noche con las típicas compras de supermercado. Baguettes, tomates, cebollas, pimientos, champiñones, chalotes, ajo, mantequilla, jamón serrano, salami y otras carnes tapizaron el fondo del carrito. Después, nos dirigimos buscar la bebida que acompañaría tan finos ingredientes. "Atash! -dijo la voz que salía de mi celular- te encargo un par de botellas españolas de Palacio del Conde, están buenas, cuestan 50 pesos cada una". Dudé del precio y dudé más cuando vi la botella, sin embargo, jamás dudé del fino y preciso paladar del Atash (a.k.a. Luis Gómez-Moncada). "Va, a probar", dos botellas de Palacio del Conde y una Carmenére de Concha y Toro se unieron a la fiesta. Claudia y yo rondamos por los pasillos de los vinos y licores esperando encontrar alguna otra novedad. A lo lejos, en un pequeño casillero de madera, vi un par de pequeñas y esbeltas botellas que parecían sonreír. Estaban solas, probablemente las compañeras se fueron de fiesta y las dejaron ahí. Conforme me fui acercando me di que cuenta que eran botellas de Moscatel de Oro de la casa Torres. En una de las etiquetas se leía, "perfecto como aperitivo frío, para acompañar con un postre o chocolate". La última palabra resonó en mi cabeza y nos dirigimos a buscar una barra de chocolate obscuro. Salimos de la tienda con un par de bolsas y felices de haber encontrado lo que buscábamos.

Al llegar a casa de Gómez y Ale la fiesta comenzó cuando la primer botella se descorchó. Me puse a cortar y rebanar los ingredientes para la raclette mientras los demás invitados llegaban. Primero los tomates,luego los champiñones, posteriormente los chalotes con aceite de oliva fueron cubriendo la pequeña barra de la cocina. El ambiente se comenzó a llenar de colores y aromas. El dorado del ajo en el aceite junto con los chalotes invitaron a un par a pasearse por la cocina y degustar una rebanada de pan y hasta un pedazo de serrano. Finalmente llegó la Raclette. La parrilla comenzó a calentarse hasta que las resistencias estuvieron al rojo vivo. Todos comenzaron a experimentar escogiendo al azar una porción de cada ingrediente. Ajo, chalotes y serrano. Papa, chalotes y salami. Tomate, ajo, pimiento y serrano. Papa, gouda y salami. Papa, gouda y serrano. Papa y ajo. Papa, chalotes y tomate. Tomate, ajo y gouda. "Meat Lovers" serrano, salami y ajo. "Veggies" papa, pimiento, tomate y chalotes. Finalmente, pan, mantequilla y chocolate obscuro fueron el hit.

La noche terminó entre risas, humo, plática y el choque de los vasos de plástico. Se descorchó el Moscatel de Oro para combinarlo con las pequeñas barras de chocolate amargo que compramos. Esa fue la inauguración de la Raclette. Es cuestión de seguir las instrucciones, "A combination raclette-grill for friendly meals". - www.tefal.com-