domingo, 18 de enero de 2009

Buenos días Nalunega !


Dormí en la casa de Arquímedes en la Isla de Nalunega. Durante la noche estuvimos platicando en el portal de su casa, a la luz de un quinqué, acerca de la vida de los Kuna. Lo poco que había leído acerca del territorio autónomo me fue explicado de viva voz por un miembro de la etnia. Usualmente, durante las noches las familias encienden pequeños quinqués fuera de sus casas y montan una modesta mesa sobre la que se puede encontrar: chicha para tomar, platos con arroz blanco y pescado frito. De esta forma obtienen dinero adicional para su sustento.





Un fino rayo de luz se coló entre la pared de bamboos y consiguió despertarme. La familia aún dormía y Alejandro Victoria estaba en otro de los cuartos de la choza. Me puse de pie, tomé una botella de agua y mi cámara de la mochila. La isla estaba quieta, a lo lejos escuchaba el agua golpeando contra las rocas en aquel mar de tranquilidad. Las chozas comenzaban a despertarse lentamente, columnas de humo buscaban la salida entre los gruesos techos de paja y dentro se escuchaban diálogos de voces que no conocía. Caminé por alrededor de 10 minutos entre el pequeño laberinto de bamboos . Finalmente, al salir de un pasillo el sol me deslumbró. En el mar se econtraban pequeñas embarcaciones ancladas aprovechando la pesca de la mañana.

Caminé de regreso guiado por un pequeño niño que para mi sorpresa iba al kinder de la isla. Justo a un lado del lugar donde dormí, había un pequeño cuarto contruído con delgados bamboos que era la escuela de los niños . Poco a poco comenzaron a desfilar para asistir a su clase diaria y el salón se comenzó a llenar. Esto fue lo que encontré.














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