lunes, 9 de marzo de 2009

Pásele güero ! Chichicastenango, Guatemala

Kuna Yala y Panamá quedaron atrás despuès de un vuelo de casi una hora y media. Llegué al Aeropuerto Internacional de Guatemala y recogí mi backpack. Salí para tomar un taxi y dirigirme a la estación de autobuses más cercana. ¨Shuttle a Chichi, Lago Atitlán y Antigua¨, gritó un tipo. ¨Taxi y guía privado a cualquier destino de Guate¨, gritó otro. ¨Come here, I have the best price¨, le dije que hablaba español y que era mexicano. ¨Necesito que me lleve a...¨, la guía estaba en mi backpack y tuve que descargar para poderle dar la dirección exacta. Una vez arreglado el asunto de las direcciones y los dineros me indicó un pequeño taxi amarillo, ¨Suba por favor¨. Comenzò el discurso, ¨mi nombre es tal, soy taxista y guìa oficial, le ofrezco mis servicios mientras se encuentre en nuestro país¨. Pregunté, ¨cuánto me cobra por llevarme hasta Chichicastenango?" Respondió, ¨170 dólares¨. Puff ! Mi presupuesto no daba para tal lujo. Me dejó en una avenida donde cada hora salìan camiones hacia Atitlàn, Antigua y otras ciudades. Todo por 5 dólares convertidos a los correspondientes quetzales.


Después de casi tres horas de camino, subiendo y bajando cañadas, llegué a mi destino (del viaje en el camión después escribiré). Era sábado, perfecto para conseguir hotel y conocer el pueblo por la tarde. Al día siguiente me esperaba un buen baño temprano para salir el amanecer del domingo. Chichicastenango es conocido por su mercado y la famosa iglesia de Santo Tomás que fue construída sobre los cimientos de un antiguo templo maya. Caminé hacia la plaza principal una vez que encontré cuarto y cama. A lo lejos, sobre los improvisados techos de lona y los puestos, sobresalía la blanca iglesia. Entré en el mercado municipal, debido a que ya estaba casi oscureciendo, los vendedores recogían apresurados las frutas y verduras. Despachaban a los últimos clientes mientras hacían la cuentas del día. Salí, a lo lejos, la puerta de la iglesia era iluminada por una tenue luz amarilla. Conforme me fui acercando el aroma del copal y el humo proveniente de un bote envolvía a una señora. Durante el día y parte de la noche hay gente que llega para dejar ofrendas a las puertas de lugar.









Amaneció. Eran las 4:30 a.m. y el ruido de las gallinas, casi imperceptible, anunciaba que el mercado comenzaba a despertar. Tomé mis cosas y caminé bajo una leve llovizna hasta llegar a la plaza. Las pesadas nubes apenas dejaban que el sol cayera sobre los techos de lámina. Poco a poco el pueblo comenzó a cobrar vida. Las pequeñas calles que se comenzaron a llenar de gente, algunos iban a comprar y otros a vender. Los escalones de la iglesia fueron tapizados con cubetas con flores de todos colores y el copal comenzó a arder impregnando a quien desafiara la cortina de humo.








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