domingo, 1 de marzo de 2009

Señales...

Para mi amiga,

Sonó el teléfono. "Hello, cómo estás ?", preguntó la voz. "Crees en las señales?", volvió a preguntar. Le contesté que sí y en broma replicó, "o muy apenas crees en las de tránsito?". Sabía de lo que hablaba, me comentó de una situación que recién le había sucedido que la dejó pensando por un momento: una señal en un libro. A pocas personas les he platicado lo que me sucedió en un viaje a Turquía, justo en un paseo por el Bósforo después de un largo día de caminata por Estambul. Llegamos al embarcadero ubicado cerca de la Mezquita de Ortaköy en el lado europeo. Carlos Pompa había conocido a la chica que nos acompañaba durante su intercambio en Francia. Al saber ella que visitaríamos su país, ofreció -junto con su prometido- llevarnos a conocer la ciudad de noche. Subimos al ferry, el viento era frío mas no helado. La ciudad se alumbró con un tono amarillo y la Mezquita Azul de Sultanahmet parecía flotar en el horizonte. Subimos a la parte alta del barco y nos ofrecieron té o café. Ellos escogieron la primera opción; mi tocayo y yo, la segunda. El barco zarpó con dirección norte, hacia el Mar Negro.


Durante el trayecto, ella (no recuerdo su nombre y no lo voy a investigar) nos ofreció leer nuestro café. Yo, con una cara de escéptico, seguí admirando las montañas tapizadas con pequeños focos y su respectivo reflejo en el agua. Terminamos. Nos dio indicaciones para dejar reposando las tazas. Dijo, "tomen el plato y pónganlo sobre la taza, den algunos giros en contra de las manecillas del reloj y después volteen la taza sobre el plato. Cuiden de no derramar el contenido fuera del borde de la taza". Mi esceptisismo creció. Pasaron algunos minutos mientras la porcelana se enfriaba y el café en conjunto con la energía de los giros nos preparaban el mensaje. Carlos fue el primero en platicar con ella, no sé si fueron 10 o 15 minutos que mi tocayo casi ni respiró. El reflejo de las luces sobre su cara apenas me dejaba ver el parpadeo natural. Cuando terminó, se me acercó y dijo, "está cabrón, lo que me dijo es cierto". Tomé asiento, sonrió y luego puso su mano sobre la base de la taza y dijo algo en turco. Lentamente la giró, el destino se había manifestado en los pequeños granos de café. Comenzó a hablar, el golpe de la proa contra el agua se perdió, solo estábamos ella y yo. Me describió, dijo lo que sentía y quería en ese momento. Me tranquilizó, "te preocupas de más, tienes tu vida arreglada". Agregó algunas cosas que iban a pasar y pasaron a mi regreso. Quedé helado. Regresamos al embarcadero, extasiados por la vista y asombrados por la plática.


Tres cosas me quedaron muy presentes, la primera ya se cumplió. Sigo esperando las otras dos. Creo en las señales, ya sea que vengan de un libro o que se dibujen en el cielo. Creo en la extraña y fabulosa conexión entre nuestra energía y la pasta del café.





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