lunes, 22 de diciembre de 2008

Hágase el Sabor: Djemaa-el-Fna, Marrakesh



Me hospedé en el Riad Assia ubicado a 5 minutos de la plaza principal, el lugar es atendido por una familia franco-marroquí desde hace más de 50 años. Ubicado en un pequeño y escondido callejón, el lugar resguarda del bullicio de la zona a todo viajero que se hospeda ahí. Durante las mañanas, a partir de las 8 a.m. se puede disfrutar de un sencillo pero delicioso desayuno en la azotea del edificio. Usualmente los dueños del riad suben temprano por la mañana para coordinar la logística del desayuno. Té de menta, de limón, café, mermeladas, mantequillas y panecillos dan los "buenos días" "a los comenzales que tienen ánimos de despertar temprano.

La noche anterior me registré y dejé mis cosas en la habitación, cargar 20kgs. de un lado a otro cansa. Cuando bajé, la persona que me atendió recomendó que fuera a la plaza ubicada cerca de ahí. Me dijo que ahí probaría lo típico de Marrakech, obvio, si mi estómago estaba dispuesto a tolerar los fuertes sabores de la pimienta, el currí, cúrcuma y otras especias. Me explicó cómo llegar y emprendí la retirada. Salí del riad y tomé el callejón a la derecha, iba a topar con una calle peatonal que en las noches es un río de gente. Ahí de nuevo a la derecha y al fondo iba a ver el humo de las parrillas iluminado sobre el fondo negro de la noche. Era ése el lugar del que un par de personas me platicaron y me obligaron a visitar: Djemaa-el-Fna.
Caminé por aproximadamente cinco minutos mientras que iba pensando qué probaría y cómo lo haría (Si algo me gusta hacer es comer. Creo que un viaje sin degustar la comida local no es viaje). Finalmente llegué al final de la calle peatonal, bastanba cruzar otra pequeña calle para llegar a los estantes de comida fuertemente iluminados y repletos de gente. Sinceramente no supe por dónde comenzar. Me detuve por un momento para pensar y ver cuál sería la estrategia culinaria. Cuando la definí, ataqué! Comencé por un pequeño puesto de dátiles, cacahuates y nueces que se encontraba en la periferia. Compré algunos gramos de nueces, almendras y cacahuates que fueron empaquetados en una bolsa. Pensé, "es temprano y por el momento no quiero cenar tan fuerte. Sin embargo, no es escusa para no comenzar a probar los sabores del desierto." Caminé por espacio de una hora tomando fotografías, comiendo lo que el azar quisiera al meter la mano a la bolsa y jugando con los aromas que se presentaban en mi nariz. Al entrar a los pasillos de los comedores todos quieren vender y todos te quieren sentar en sus negocios. Hablan español, francés (obviamente), inglés, alemán, italiano con el fin de convencerte y llenar una de sus sillas. Cuando creí que había triunfado y salido vencedor de aquella batalla un parrillero me abordó y dijo, "México, siéntate en mi mesa." Asombrado de haber adivinado mi nacionalidad y desarmado por completo, vencido me senté a saborear la comida que me cocinó. (Hay algo del sistema de comunicación marroquí que me sorprendió. No sólo en Marrakech, sino que también me sucedió en Fés. De eso después les platicaré). Lo primero que puso frente a mí fue un plato con una combinación de aceitunas y picante, otro que contenía una salsa fresca de tomate y especias y un gran pan recién horneado. Me recomendó probar unas brochetas de carne o las combinadas que contenían pollo. También me ofreció unos calamares fritos con una salsa de tomate y paprika. Simplemente, accedí. Comí y fui feliz.
Cuando finalmente creí que el reconocimiento del terreno culinario había terminado, pagué y el mismo parrillero dijo, "te recomiendo ir a probar el té de Marrakech, es muy bueno para la digestión." Mi cabeza decía, "Carlos, tienes que ir, serán nuevos sabores y olores a experimentar," eso mientras el estómago contestaba, " si me regalas un par de minutos, probablemente te pueda ayudar en la siguiente contienda." Caminé por aproximadamente 30 minutos visitando las tiendas y lugares alrededor de la plaza, cuando finalmente mi cabeza y estómago acordaron ataqué de nuevo.
El té está en contenedores de bronce y se mantiene caliente con una pequeña flama en la base. Al llegar y sin preguntar el dueño del carrito extiendó el brazo ofreciéndome un pequeño vaso de cristal que contenía aquel elixir casi hirviendo. Dejé que se enfriara un poco mientras que buscaba alguna referencia de lo que me iba a tomar. En un pequeño pizarrón, escrito a mano y poco legible leí lo siguiente: nuez moscada, gengibre, ginseng, menta, canela, lavanda, cardamomo y clavo entre otros. El sabor de aquel té era raro, picaba, sabía dulce y al final era ácido: todo en uno. Maestro en el arte culinario, aquel parrillero me supo recomendar cómo cerrar la noche con broche de oro. La plaza se fue quedando atrás a medida que avanzaba hacia el riad, había sido suficiente por esa noche. Sin embargo, aquellos sabores combinados y a veces por sí solos seguían jugando en mi boca. Fue así como tuve a Djemaa-el-Fna en el paladar.



















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