lunes, 22 de diciembre de 2008

Ella es mi mamá, se llama Yolanda... (Parte I)


Jamás había escrito algo acerca de mi familia, sin embargo, siempre hay una primera vez. Esto de escribir y compartir con los demás algo que es personal siempre ayuda. Ella se llama Juana Yolanda Cantú Sánchez pero la conocemos por otros nombres (Mom, Madre, Yola etc). No le gusta Juana, dice que desentona con la hermosura del resto de su nombre. Nació mucho después del crack de la bolsa estadounidense en 1929 pero antes de que el hombre llegara a la luna en 1969. Durante su infancia -según cuenta- se crió con su abuela materna ya que mi abuela no estaba en casa durante gran parte del día. Vivían en una pequeña vecindad en la Calle América 914 Nte. en el Centro de Monterrey: ella, su hermana (Elva), mi abuela Camila y mi bisabuela. En su inicio la vida fue difícil, debido a la falta de apoyo de un padre, tuvo que trabajar desde joven para aportar a la economía básica de aquella pequeña casa. Mi abuela trabajaba y mi bisabuela planchaba ropa ajena.


En aquellos años -ella cuenta- las reglas eran duras, "Era raro verme jugar con mis amigas en la calle después de las siete de la noche." "Usualmente mi abuela se sentaba en los escalones de la entrada para vernos jugar a mi y a Elva, una vez que daba la hora nos llamaba para meternos a bañar y peinarnos el cabello." Gran parte de su infancia la disfrutó entre el cálido trato de su abuela y las estrictas e inflexibles reglas de mi abuela Camila. Basta mencionar que yo me crié con esta última y por eso soy como soy. Doña Camila quién la conocía por su carácter o Camilita, quien la conocía por casualidad, era un sargento en cuerpo de mujer. Ella era una viejecita de corta estatura, pelo blanco y una personalidad mucho más fuerte que la mía. Usualmente, durante las tardes después de dar la orden para irme a dormir, se sentaba a leer su biblia y darle dos o tres vueltas al rosario de madera que tenía. Una vez terminado el ritual, me llamaba para salir a jugar con mi vecino Gerardo. Se sentaba en una mecedora blanca de metal en el porche de la casa a vigilar que los niños no me hicieran nada o me quitaran los juguetes. Tan pronto veía un movimiento extraño saltaba de aquella mecedora con una juventud de 18 años y regañaba a quien fuera. A veces, cuando llovía o hacía mucho frío, ella autorizaba la entrada a Gerardo y a otros niños a la casa. No cualquiera podía entrar, tenías que "llenarle el ojo" a Doña Camila y ser de confianza para que pudieras entrar a mi casa. Creo que por eso mi mamá y yo somos como somos, algo tímidos.


Regresando a la cuestión de mi madre, ella dice que yo tengo más de lo Cantú que de lo De la Cruz. Que me parezco más a ella que a mi papá, en fin. Mi mamá, como lo dije líneas antes, ha trabajado y sigue trabajando. Creo que le hace honor al dicho, "Quien no trabaje envejece más pronto." Eso es algo que le he aprendido...






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