viernes, 20 de febrero de 2009

La Alhambra, Granada (España)



La mañana amaneció helada, nublada y lloviendo en Madrid, no se parecía al día anterior que salimos a recorrer la ciudad a pie con el cielo azul y un sol reconfortante. Tomé mis mochilas y me dirigí al aeropuerto de Barajas, tuve la intención de tomar el primer vuelo de Iberia a Granada, sin embargo, había sido cancelado y estuve 4 horas esperando la salida del siguiente avión. Finalmente me confirmaron el espacio y el vuelo tomó no más de 50 minutos en llegar a mi destino. La ciudad de Granada, situada al sur de España y reconocida históricamente por su rol en la conquista mora, fue el segundo punto dentro de mi itinerario. Al llegar, un autobús me transportó desde la terminal hasta la puerta de la Catedral . Al bajar un fuerte viento helado me golpeó la cara y la lluvia me obligó a quitarme los lentes. El mapa que me dieron en el puesto de turismo se humedeció por completo y lo tuve que deshechar. La guía recomendaba un par de lugares bajo el supuesto de Budget, sin embargo, para el tipo de cambio que yo llevaba el precio era casi un lujo. Caminé por alrededor de 30 minutos buscando la mejor opción para mi bolsillo. Afortunadamente encontré una pensión que por 14 euros la noche me ofrecía cama limpia y agua caliente. Además, estaba situada justo en el centro de la ciudad a 10 o 15 minutos caminando de los principales lugares turísticos. Dormí.


Al siguiente día bajé a la recepción para pedir información de cómo podía llegar a La Alhambra. Quien me atendió dijo, "sube usted por tal calle, da vuelta a la derecha en tal y ahí verá el parabús". Por otros 3 euros el pequeño transporte subió desde el centro hasta la colina donde se encuentra el palacio. La fila era larga y llegué un par de horas antes de que cerraran el lugar. Me formé, al llegar a la ventanilla pregunté el costo de la entrada y escuché, "dos euros". Deslicé la cantidad por debajo del vidrio grueso y pensé mientras miraba un folleto, "me parece excelente el precio por la entrada, probablemente el gobierno de España financia gran parte de la manutención del lugar para que gente como yo disfruten del paseo. Venir hasta acá y visitar el majestuoso...". "Toc-toc", se escuchó en el cristal, "amigo, que le faltan 10 euros para completar el boleto". Sí, escuché mal, probablemente fue la altura y los nervios, eran DOCE euros. Fue ahí cuando recordé la célebre frase, "el que convierte, no se divierte". Pasé el resto del dinero y me dieron mi boleto.


Caminé por alrededor de diez minutos entre jardines y pequeños edificios, calzadas que me escoltaban con altos p
inos hasta llegar a la entrada del palacio. Ahí, de nuevo encontré otra fila, la espera valió la pena. Al entrar al primer cuarto, las burdas vigas de madera tallada resaltaban entre las paredes. Los techos cuidadosamente tallados parecía que albergaban el universo del detalle que los distinguía. Debido a mi corto presupuesto, no tuve otra opción que seguir al guía que había pagado una familia de argentinos. A medidaq ue uno viaja encuentra la forma de ahorrar unos cuantos centavitos. Llegué al final del recorrido, llegué a El Cubo. Ubicado en una ladera del gran complejo, servía como torre vigía con una vista de 180 grados de Granada. El intenso frío y la leve llovizna me hicieron renunciar al recorrido, tomé unas fotos y partí.



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