viernes, 20 de febrero de 2009

El Mercado, San Cristobal de las Casas, Chis.


"Pásele marchante, qué va a llevar?", gritó una señora, "Güero, pásele por acá -gritó otra- rambután, frambueza y fresa, llévele la medida que quiera". Esa fue la bienvenida al mercado municipal de San Cris en Chiapas. Hacía frío, llovía y los pequeños anafres cerca de los pasillos apenas calentaban las garnachas. El agua se filtraba por los techos de lámina y las lonas mal puestas. Caminando por ahí, me encontré un par de frutas que jamás había visto. En una pequeña tina de plástico (medida) estaban pequeñas bolas rojas que tenían como pelos. Tomé una para ver qué era y del fondo del puesto salió la dueña, "Pásele marchante, cuánto le damos". Le dije que no sabía lo que tenía en las manos a lo que contestó, "es rambután, es dulce pero tiene la acidez de una uva, pruébela". Me explicó cómo pelar la extraña fruta de cáscara gruesa. En efecto sabía dulce, ácida y en medio tenía un gran hueso. Obvio que también probé un par de frambuezas frescas y un durazno. Compré 10 pesos de rambutanes y emprendí la retirada.


Llegué a la sección de flores, esto cuando pasé la extensa sección de especias. Grandes bultos de canela, pimienta, orégano y anís perfumaban el pasillo. Las flores eran miles y estaban acomodadas en tinas con agua. La gama de colores era indescriptible así como el aroma a bosque que se usualmente se percibe. "Pa' la novia, pa' la mamá, pa' la abuela, llévele una florecita". Otros decían, "si se enojó, conténtela con una flor". Después de haber paseado un rato por el mercado llegó el hambre. Pregunté en un puesto dónde podía encontrar la sección de comidas. Me indicaron que a un lado de la sección de carnes que está pasando la de ropa. Me dejaron igual. Seguí caminando hasta que finalmente di con los comedores. Comidas corridas, carnes, antojitos, comida típica y guisados hicieron difícil la selección. Finalmente escuché que en un comedor gritaban, "pásele, mole casero recién hecho". La señora que atendía rápidamente avivó las brasas y comenzó a preparar el comal. Hizo la masa para unas tortillas de maíz azul y puso a calentar el mole. Sirvió un buen plato de mole con arroz y un vaso con agua de horchata. Satisfecho, pedí una taza de café. "Qué se le puede pedir a la vida mas que otro día como ese".


Creí que la travesía culinaria y olfativa había terminado, regresé por donde llegué. Ya era tarde, las nubes se habían cargado tanto que la obscuridad hinundó el lugar. Pequeños focos comenzaron a aparecer aquí y allá. Caminé tratando de recordar los lugares por los que pasé, sin embargo, fue imposible. La mayoría de los puestos habían cerrado y lo único que se veía eran grandes lonas que cubrían la mercancía. La lluvia comenzó a caer como plomo sobre los techos de lámina, no tuve más opción que resguardarme en un local. Afortunadamente, vendían arroz con leche caliente y pan. Me senté a probar.

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