viernes, 10 de abril de 2009

La Tijera de Oro

El día de ayer leí una entrada en el blog de Chuyito Santos acerca del resurgimiento de las peluquerías tradicionales. Aquellas en las que se cortaba el pelo, afeitaba, planchaba y relajaba a los clientes. El peluquero era un profesional en las artes de la estética masculina, el manejo de la navaja y la crítica social. Inclusive, en sus inicios llegaron a ser dentistas y cirujanos. Hace aproximadamente 3 años tuve la oportunidad de visitar uno de estos establecimientos y fue el día de Año Nuevo. Andaba por la calle comprando los últimos alcoholes para la fiesta y al voltear la calle ahí estaba: La Tijera de Oro. El frente era un gran ventanal donde estaban mal pintados el nombre y el logotipo del lugar. A un lado de la puerta estaba el famoso ¨Poste del Barbero¨ con sus colores azul, rojo y blanco (vale la pena investigar acerca de la hisotria del artefacto).


Entré, el dueño sentado sobre una de las sillas me indicó que esperara. ¨En un momento lo atiende mi hijo, rasura y corte?" preguntó. Tomé un de los viejos Libros Vaqueros que se encontraba en una mesa y esperé. ¨Pásale amigo, vamos primero con el corte y luego la afeitada." Después de darle las instrucciones básicas de un corte el pelo comenzó a cubrir el piso. Una vez que terminó me prestó un periódico y me dijo que esperara mientras afilaba la navaja y calentaba las toallas. Inclinó el respaldo hacia atrás, extendió la cabecera y lo último que ví fue el abanico girando en el techo. Comenzó por acondicionar la piel con un par de cremas y aceites, posteriormente cubrió la barba con una espesa capa de espuma. El roce del filo contra el cinto de cuero anunciaba que la navaja se preparaba para cortar. Inició con el cuello, mejillas, barbilla y luego la boca. Limpió los remanentes y colocó un par de toallas calientes sobre la cara. Todo se volvió blanco. Sólo se escuchaba el abanico en el techo, las pláticas mezcladas con las máquinas de corte y los carros en la calle. De pronto, escuché un ruido sordo muy cerca de mi oído. Era una especie de máquina electríca que vibraba a gran velocidad! Dadas las circunstancias ergonómicas y espaciales pensé, " Feliz Año Carlos, que lo disfrutes.¨ Afortunadamente no pasó a mayores, era un servicio que se daba junto con la afeitada y por el mismo precio: un masaje de brazos, hombros y cara. Terminó y pagué. Salí como nuevo y listo para acabar con la noche. Había descubierto por casualidad un local donde aún se ejercía uno de los oficios más finos y emblemáticos : el corte y la rasura.

1 comentario:

andrea dijo...

"uno de los oficios más finos y emblemáticos..."

muy cierto. mi abuelo, como su papá, era peluquero. se corta el cabello él solo. me gusta verlo cuando lo hace y me enseña todo lo que usaba cuando ejercía. este post me trae bonitos recuerdos!!!